29 de Octubre 2004

Mis vecinos.

Cuando vinimos a esta casa, las dos estábamos contentísimas. Era un sexto, y veníamos de un primero. Teníamos bañera, mientras que en el otro piso, había plato de ducha. Esta cocina no estaba mal, y la lavadora la podíamos poner en la galería. En la otra, si en la cocina habían dos personas, ya no se podía una ni mover. Tenía instalación de antena para la televisión. Adiós a la antenita de cuernos!. También estaba hecha la instalación de Canal Satélite Digital, que ya lo teníamos en el otro piso. Sólo que esta era comunitaria.
Tenemos una terraza bastante amplia, desde donde se ve La Sagrada Familia. En comparación a el mini balcón que daba a una avenida llena de coches y ruidos y olor a neumático.
El telefonillo va a la perfección, el otro iba cuando le daba la gana. Y si quería, abría la puerta y si no, por mucho que apretaras para que se abriera, no había manera.
Aquí abajo, tenemos un parque bastante grande por donde pasear a los perros. Allí teníamos el paseíto de tierra, en medio de los carriles de los coches. Era raro el día que no veías a palomas aplastadas.
Fue un cambio bastante grande. A los pocos días, ya teníamos el Canal Satélite, (actual Digital +).
Iba todo bastante bien, hasta que pasaron los meses y empezamos a conocer a nuestros peculiares vecinos.
Y no de la forma más adecuada.
Un buen día, el Digital + no daba imagen. Estaba toda la pantalla del televisor en negro. No se veía ningún canal. Sólo estaba en un extremo de la pantalla un cuadrado pequeño en rojo. En la otra casa pasaba, pero no era un cuadrado, era un círculo. Se ponía cuando llovía o hacía mucho viento. Pero al rato volvían a aparecer los canales.
Llamamos a atención al cliente y nos dijeron que eso era problema de la antena.
A partir de ahí, fue el caos. Que si a buscar al presidente de la escalera, que si resulta que esto pasa desde que se puso la antena hace ocho años, que si los que tenemos que pagar las averías somos los cuatro gatos que tenemos el Digital +...
Cómo vamos a pagar el arreglo de la antena si son unos chalaos los que suben y la mueven porque les da la gana?!. Resulta que la azotea está pegada a un montón de azoteas más y que no se puede controlar si sube gente o qué.
Y yo tengo la culpa de que unos gamberros muevan una antena?
Desde que pasó la primera vez, cuando pasa un tiempo después de arreglarla, vuelve a pasar lo mismo. Y sólo una vez, fue el presidente quien llamó a las puertas preguntando si se veía o no y al día siguiente, estaba arreglado.

Por desgracia, cada año cambian de presidente de escalera. Y esta última vez, no sabía quien era. Cuando lo averigüé y fui a pedirle que llamara al administrador para que lo arreglaran,(una vez más), lo primero que me dijo sin abrir la puerta, era: -“qué quiere, hoy es festivo!”-. Alucinada, le explico la situación a través de la puerta.
-“es que estoy atendiendo una llamada y no puedo atenderle a usted!”-
Al ver mi insistencia, después de todo eso, dice:
-“es que estoy medio desnudo porque estaba echado!, espere un momento.”-
Cuando por fin se abre la puerta, detrás de un olor a casa cerrada y sucia, aparece un hombre con unas bermudas, unos calcetines por el tobillo azul marino, unas zapatillas de estar por casa, y unas gafas de cristal super grueso. Me mira de arriba abajo y me dice con el mismo enfado que antes, que él ya había pasado notificación de lo que pasaba con la antena. Yo no podía apartar mis ojos de su cara. Porque al lado de las comisuras de la boca, tenía trozos de piel colgando. Era como una espalda cuando se pela por el sol, pero alrededor de la boca. Asqueroso!
Eso y el olor constante a cerrado, me tenían totalmente fuera de juego.
Pasado un rato, conseguí que me diera el teléfono de la administradora para llamarla. Desde entonces, he evitado por todos los medios volver a tener que llamar a su puerta.

A los pocos días de estar viviendo aquí, mi amiga y yo empezamos a oír gritos que venían desde la galería. Las dos fuimos corriendo a ver qué pasaba, y se oía a un hombre gritando cosas ininteligibles porque la voz se le cortaba todo el rato. También se oía de vez en cuando a una mujer con una voz de persona mayor, poniendo al hombre de vuelta y media.
Nos asustamos un montón, y pensamos llamar a la policía porque pensábamos que se trataba de malos tratos. En ese momento, oímos como otros vecinos también estaban en la galería, sin darle mayor importancia. Entonces, los gritos y los ruidos cesaron de golpe.
A los pocos días, conocimos a una de las pocas vecinas normales que hay en todo el bloque. Justamente, ella vive debajo de donde habíamos oído los gritos. Resulta que es un chico que cuando se enfada, le da por gritar hasta perder la voz. No anda muy bien de la cabeza y su madre tampoco. Esta chica nos explicó a mi amiga y a mí, que una vez se les vino la bañera abajo, (o sea encima de su cocina), porque madre e hijo se bañan juntos y dejan que el agua rebose y eso hizo que las humedades pudrieran el suelo...
Qué??!
Ahora, cada vez que oigo los gritos de “Manolín”, (no sé por qué mi amiga y yo le pusimos ese nombre), me pregunto si se habrá bañado con la madre o no!...
Por otro lado, está la señora de la limpieza. Que sabes si está o no, según el olor a vinito que haya en la entrada. El ascensor, siempre está de pena, la escalera en general da asco. Pero ella sigue tan contenta con sus copitas matutinas.

En olor a vino, le sigue la vecina de arriba.
Eso ya, es un caso aparte. Cada vez que la encontramos en el ascensor, echa un tufo a alcohol que marea. Y ya nos ha contado un par de veces, que las palomas entran por la ventana de su habitación y le pican en las piernas. Y la mujer lo cuenta totalmente en serio!
Hace unos meses, le dio por ponerse tacones y caminar a las siete de la mañana por toda la casa.
Va de la cocina a la habitación de mi amiga. Luego va al baño y de ahí a mi habitación. Pasa por el salón y vuelta a empezar de nuevo.
Cuando ya no pudimos más, subí una mañana a las nueve más o menos. Me abrió, y en lo primero en lo que me fijé, fueron sus pies. Tenía zapatillas de estar por casa. Eso y el sueño que tenía, me descolocó y bajé mi mal humor y le pregunté que si era ella la que se ponía los tacones.
La mujer, después de decirme que no, me hizo pasar. Dentro de aquella casa, hacía mucho frío. Estaba todo abierto y todo muy limpio. En el pasillo me dijo que ella también oía los tacones, pero que era muy raro porque en el piso de arriba, no había nadie. Esto me lo repitió de distintas formas, como dos o tres veces. Luego, me volvió a contar lo que le hacían las palomas por las noches, mientras me llevaba a su habitación para mostrármelo. Y fue entonces cuando vi algo que jamás creí que iba a ver en la habitación de una señora de setenta años. A la cabecera de su cama colgado en la pared, no había un crucifijo, ni un cuadro, ni una foto de su hija o su marido o sus nietos o todos juntos. No.
Tenía una foto mega grande de una chica en pelotas!
Rubia y pintada como en los años sesenta. La foto era de esa época y estaba algo amarilla por el tiempo que hacía que la tenía ahí.
Yo ya no sabía en dónde estaba, ni quién era ésa mujer que no paraba de hablarme sin dentadura de lo que las palomas le hacían.
Yo sólo quería irme a mi casita calentita, a mi camita!

En fin, que esta casa está muy bien, aunque lo que hay fuera, es otra historia.

Posteado por Sasha | 29 de Octubre 2004 a las 09:04 PM
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