31 de Octubre 2003

Noche de Difuntos.

Hoy es noche de difuntos.
Así que tengo a mi padre en mi pensamiento. Hay temporadas en las que apenas pienso en él. Hay otras, que lo tengo todos los días presente. Pero esta noche y mañana, lo voy a tener en la cabeza de una manera especial. Como cuando es el aniversario de su muerte.
Me gusta esa costumbre mexicana de poner velitas y comida en honor del difunto. Me gusta creer que por una noche vuelven, de allá donde estén, y ven que se les echa de menos, ven que se les quiere.
Supongo que quiero demostrarle de algún modo, que él era importante para mí. Por muy poco que nos entendiésemos.

A mi padre siempre lo vi como un ser que no estaba contento por nada. Se quejaba mucho de sus tres hijas, ninguna de nosotras lo tuvo nunca contento, ni orgulloso. No hablé nunca con él de algún tema importante. Aunque recuerdo más momentos con él que con mi madre.
Siempre que hacía algo en la casa, cuando ponía una estantería, una bombilla, una lámpara o cualquier otra cosa, estaba con él, dándole lo que necesitaba, y dejando que me enseñara a hacer cosas. Esa era la única forma de que él y yo compartiéramos algo. Esa y la jardinería. Gracias a eso, no he necesitado a nadie para decorar mi casa. Ni para cuidar las plantas.
Esa es la única herencia que me dejó.
No me dijo nunca lo que podía esperar de la vida, no me dio consejos para que me sintiera algo más segura al independizarme. Echo de menos su voz, sus manos. Su olor. Pero no su sentimiento hacia mí. No sé como explicarlo. No me dijo nunca lo que era para él. Ni mucho menos que me quería. La verdad es que yo a él tampoco. No me acostumbraron a ser cariñosa. Me cuesta mucho decir lo que siento, porque jamás he visto a mí alrededor a gente cariñosa.

Uno de los momentos que recuerdo últimamente, es cuando mi padre tuvo el primer “susto”.
Ya no vivía con ellos. Estaba con mi abuela, y mi madre se vino a pasar unos días. Mi hermana mayor llamó diciendo que mi padre había sufrido un ataque al corazón. Que estaba en el hospital. Su vida no corría peligro, pero estaba bastante fastidiado. Me invadió una tristeza enorme. Me sorprendí muchísimo. No podía parar de llorar.
Tantos años alejada de él, no me resultó difícil marcharme de casa, ni por él ni por mi madre. No me replanteé en ningún momento mi vuelta, no lo eché de menos.
Y de repente, aquel sentimiento que me desbordaba.
Cuando le dieron el alta y fui a verlo, él me abrió la puerta. Lo vi tan delgado, tan frágil...le di un abrazo muy fuerte y olí su pecho. En ese momento, me di cuenta de que lo echaba de menos. Aunque lo único que compartimos siempre, fuera el bricolaje, las plantas y salir de vez en cuando a dar una vuelta.
Echaba de menos su persona.
A partir de entonces, las cosas cambiaron, pero muy poco. Seguí viviendo mi vida, lejos de él. Una vida que él nunca aprobó ni entendió.
Recuerdo que en los últimos años, cada vez que nos veíamos le daba bastantes abrazos, aunque él no supiese cómo reaccionar, me daba igual. No quería nada a cambio.
Supongo que con los años me di cuenta de que lo culpaba a él de todo lo que pasaba en casa.
Cuando no era así.
En fin, años después, le dio otro paro y no lo resistió.
Y nunca me sinceré con él, nunca le dije lo que pensaba de las cosas que pasaron en casa y nunca le expliqué como era mi vida. No le dije que lo echaba de menos.
No puedo explicar cómo me sentí. Hace bastantes años, pero no logro entender lo que sentí.
No fui al entierro. Me quedé en casa, llorando a cada rato y sintiéndome muy lejos de todo.

Ahora, siempre que puedo, hago cosas como escribir en este blog o celebrar la noche de difuntos para sentirme cerca de él.
Como cuando nos veíamos.


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Posteado por Sasha | 31 de Octubre 2003 a las 11:21 PM
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